¡Ay paisanos! Qué lástima y qué pena… La sardina se entierra, o no, como pasa en nuestro pueblo desde hace años.
Corremos otra hoja del calendario. Dejamos el antifaz en el cajón y volvemos a ponernos la careta del día a día. No sin antes hacer un ultimo pasacalles a golpe de bombo y caja.
Acompañamos a la sardina hasta la orilla de la playa cual plañideras profesionales.
A nadie le gustan las despedidas. Y eso que el Carnaval nunca es un adiós, sino un hasta luego.
Después de todo, en algún momento hay que tomar aire, reflexionar y sopesar lo bueno y lo malo que tiene todo lo relacionado con la fiesta y con la vida.
Así que, con nuestras mejores galas, luto riguroso y dos copitas de espirituoso acorde al momento, hacemos del recorrido una letanía de ultimas coplas. Un rosario de pasodobles y cuplés a modo de cortejo fúnebre.
No recuerdo si la ultima vez que la sardina se quemó fue el ultimo día de Carnaval de 2007. Y yo lo entiendo como una suerte. Me gusta pensar que la llama del Carnaval se mantiene encendida todo el año.