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viernes, diciembre 12, 2025
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¿Quién va a asumir en Marbella el coste de reconocer los problemas en el socialismo?

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La política local en Marbella se ha convertido en un espejo incómodo de las tensiones que atraviesa el Partido Socialista en Málaga y en el conjunto de Andalucía. En una ciudad donde los equilibrios de poder siempre han sido delicados y muy personalizados, el papel de quienes han representado al PSOE en los últimos años está hoy más cuestionado que nunca, no tanto por su gestión institucional directa, sino por el silencio ante el deterioro reputacional de su propia organización.


DE MARBELLA A LA ORGANIZACIÓN MALAGUEÑA


Cuando José Bernal asumió la Secretaría de Organización del PSOE de Málaga, lo hizo con la vitrina de haber sido una figura muy visible en la política marbellí, alguien que conocía bien la realidad de la Costa del Sol y sus particularidades. Ese bagaje le otorgaba, al menos sobre el papel, una autoridad moral y política para impulsar la renovación y marcar un estilo propio de dirección, más cercano al territorio y a la militancia. Cuatro años después, la sensación que se extiende entre muchos observadores es que esa oportunidad se está diluyendo entre la discreción y la falta de posicionamiento claro ante los problemas más graves que afectan al partido.


En Marbella, donde la ciudadanía está acostumbrada a asociar las siglas políticas a nombres muy concretos, la imagen de un dirigente que ha dado un paso a un segundo plano, precisamente cuando más falta haría un liderazgo firme, genera desconcierto. El contraste entre la cercanía que en su día exhibía y la distancia actual abre interrogantes sobre hasta qué punto la estructura provincial está sabiendo responder a la ola de desconfianza que llega desde la política nacional y andaluza.

CRISIS DE IDENTIDAD CON LAS MUJERES


El Partido Socialista vive una de las mayores crisis de identidad de su historia reciente con un sector clave de su base social: las mujeres. Durante décadas el PSOE se presentó como garante de los avances en igualdad, pero hoy muchos estudios y sondeos apuntan a una brusca caída de la intención de voto femenino, que algunos medios cifran en torno a un 50%, reflejando una ruptura profunda de confianza. Esta desconexión no nace de un único hecho aislado, sino de la acumulación de decisiones políticas, contradicciones discursivas y escándalos que han erosionado la credibilidad del partido como referente feminista.


A nivel nacional, el liderazgo de Pedro Sánchez simboliza bien ese desconcierto interno. La sensación de que el cálculo táctico se impone a los principios, las alianzas cambiantes y la gestión de crisis encadenadas han dejado a muchos cuadros y militantes sin un relato claro que ofrecer a su electorado. Las mujeres, especialmente las más politizadas y activas en el movimiento feminista, perciben un partido que habla en su nombre, pero que no siempre actúa con coherencia cuando se trata de protegerlas de la precariedad, de la violencia o de la corrupción que desvía recursos públicos esenciales.


ESCÁNDALOS Y TELÓN DE FONDO FEMENINO


La sucesión de casos que afectan a responsables socialistas –de Salazar a Navarro, pasando por el presidente de la Diputación de Lugo– ha configurado un goteo constante de escándalos que el ciudadano medio ya percibe como rutina. Cada día parece haber un nuevo episodio de abuso, de gestión opaca o de aprovechamiento del cargo, y el hartazgo se instala tanto en la sociedad como en el propio electorado socialista. Lo más grave es que, en muchos de estos casos, las mujeres aparecen como telón de fondo: víctimas de abusos de poder, de decisiones que recortan servicios públicos o de políticas que no terminan de protegerlas en lo laboral y lo social.


Cuando un partido se reclama feminista pero convive con comportamientos y estructuras que reproducen desigualdades o silencian a quienes señalan los problemas, el discurso se vacía. El mensaje que reciben muchas mujeres es claro: sus derechos se utilizan como bandera cuando conviene, pero no siempre se defienden con la misma firmeza cuando chocan con intereses internos o con la inercia del poder. De ahí que la desafección femenina con el PSOE no sea solo una cuestión coyuntural, sino una señal de alarma sobre la distancia entre el relato oficial y la realidad cotidiana.


LA DERIVA SOCIALISTA EN MARBELLA


En Marbella, esa crisis general se traduce en una deriva política del PSOE local que da la impresión de ir “a bandazos”, sin rumbo definido. La organización marbellí parece reaccionar tarde y mal a los acontecimientos, emitiendo mensajes contradictorios y cambiando de tono según sople el viento en Madrid. Más que una estrategia clara frente a los problemas reales de la ciudad –vivienda, desigualdad, servicios públicos, violencia de género–, el partido ofrece una sucesión de gestos improvisados que refuerzan la sensación de desconcierto.
La figura del señor Bernal encarna ese momento de desorientación. Su nerviosismo se percibe en la manera de gestionar la comunicación y la crítica, como en esa rueda de prensa en el Ayuntamiento de Marbella donde, lejos de responder con naturalidad a las preguntas incómodas, optó por ordenar a su portavoz que cortase una cuestión que se le estaba planteando. Esa actitud proyecta una imagen de partido a la defensiva, poco transparente y más preocupado por controlar el relato que por rendir cuentas ante la ciudadanía.


NECESIDAD DE CAMBIO A NIVEL LOCAL Y NACIONAL


Lo que ocurre en Marbella no es un fenómeno aislado, sino un espejo de la crisis más amplia que atraviesa el socialismo español. Si el PSOE quiere recuperar la confianza de las mujeres y del conjunto de su electorado, necesita algo más que consignas: requiere una renovación profunda de prácticas, liderazgos y prioridades, tanto a nivel nacional como local. Eso implica tolerancia cero con la corrupción, mecanismos reales de rendición de cuentas y una política feminista que se traduzca en presupuestos, servicios y protección efectiva, no solo en declaraciones.


En Marbella, ese cambio pasa por construir un proyecto reconocible, centrado en los problemas concretos de las marbellíes y los marbellíes, y por dirigentes capaces de escuchar, de responder a las preguntas difíciles y de asumir responsabilidades cuando se equivocan. Mientras el partido siga instalado en el desorden interno, en los “palos de ciego” y en la obsesión por tapar crisis en lugar de afrontarlas, la brecha con las mujeres y con el resto de la ciudadanía no hará más que agrandarse. Y entonces, ni en Marbella ni en España, el Partido Socialista podrá seguir reclamando con credibilidad el papel de fuerza transformadora que dice representar.

LA MANCHA SE EXTIENDE


La detención de responsables vinculados al PSOE por presuntas irregularidades en contratos públicos, junto a la implicación de antiguos cargos en escándalos que van desde la gestión de empresas públicas hasta acusaciones de abusos, ha dejado atrás el relato de los “casos aislados”. Ya no se percibe como el comportamiento de unos pocos, sino como una mancha de aceite que se expande y que cada día salpica a un ámbito distinto: hoy una empresa pública, mañana una ejecutiva regional, pasado un cargo provincial.


En ese contexto, el ciudadano medio de Marbella o de cualquier municipio malagueño recibe una sucesión de nombres y siglas que terminan por confundir, pero que comparten un denominador común: el hartazgo. La política se percibe como un escenario donde la prioridad parece ser la supervivencia interna y no la rendición de cuentas ni la ejemplaridad. Y esa percepción, una vez instalada, resulta muy difícil de revertir solo con notas de prensa o mensajes en redes sociales.


EL SILENCIO COMO ESTRATÉGIA…O COMO SÍNTOMA


En momentos de crisis, el silencio puede interpretarse como prudencia, como respeto a los tiempos judiciales o como una manera de evitar juicios precipitados. Sin embargo, cuando el goteo de casos se convierte en una constante, callar deja de parecer sensato y empieza a sonar a evasión. Que desde la estructura malagueña, y en particular desde figuras con peso político en Marbella, apenas se escuchen valoraciones claras, compromisos concretos o propuestas de regeneración interna, refuerza la idea de un partido que mira hacia otro lado mientras la marea sube.


Ese vacío no solo lo nota la militancia, que se siente desorientada, sino también los votantes que alguna vez confiaron en el PSOE como opción de estabilidad y decencia en la gestión pública. Cuando quienes deberían liderar la respuesta se difuminan en un segundo plano, el relato lo construyen otros: la oposición, los comentaristas más duros, o incluso la rumorología. Y en política, dejar que otros definan tu historia casi siempre sale caro.


EL PARTIDO, ENTRE MADRID Y LA COSTA DEL SOL


Mientras tanto, en Madrid se acumulan los problemas: el bloqueo a la senda de gasto, las dificultades para sacar adelante los presupuestos y un clima de confrontación permanente que contamina todo el debate público. Ese ruido nacional llega amplificado a ciudades como Marbella, donde la gente liga lo que ocurre en el Congreso con lo que ve en su propio ayuntamiento, su diputación o su junta de distrito. La crisis de confianza no entiende de escalas administrativas; lo que se pierde en la capital también pasa factura en la Costa del Sol.


Por eso, el reto del PSOE no es solo salvar una votación en el Congreso o aguantar el tipo en un ciclo informativo adverso, sino recuperar credibilidad desde abajo, en cada agrupación local, en cada barrio y en cada municipio. Y ahí es donde la figura de quienes han tenido un papel protagonista en la política marbellí y malagueña adquiere una importancia especial: no basta con ocupar cargos, hay que asumir la responsabilidad de dar la cara cuando más se tambalean los cimientos.


¿QUIÉN VA A DAR EL PASO?


En definitiva, Marbella no es solo un escenario más dentro del mapa político andaluz; es un termómetro del desgaste y del desapego ciudadano hacia quienes deberían representarles. Si la degradación de la imagen del partido continúa y las voces llamadas a liderar la autocrítica y la regeneración optan por mantenerse en un cómodo segundo plano, la pregunta deja de ser qué ha pasado para llegar hasta aquí, y pasa a ser otra mucho más incómoda:

¿Quién, desde Marbella y desde Málaga, está dispuesto de verdad a dar un paso al frente y asumir el coste de cambiar las cosas?

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