Normalmente no suelo opinar sobre fútbol dos semanas seguidas pero la nefasta actuación arbitral que presencié en el partido que enfrentó al Marbella FC con el conjunto murciano del UCAM bien merece una opinión por mi parte. Sé que la labor de los colegiados es muy difícil pero, en este caso, el árbitro que dirigió el encuentro, el valenciano Carbonell Hernández, se excedió sin motivo en su trabajo y perjudicó especialmente al equipo local que acabó con ocho jugadores tras las rigurosas e injustas expulsiones de Sielva,Gerrit y Yebra. El árbitro mostró en total catorce tarjetas amarillas y tres rojas directas en un partido que en ningún momento fue bronco.
Su actuación desató con razón las iras de los aficionados que asistimos al estadio municipal ya que estropeó por completo un gran partido y privó al equipo blanquillo de la victoria tras quedarse en clara inferioridad numérica. Pudo ser peor y no sumar ningún punto pero el conjunto local lo dio todo a pesar de las adversidades e incluso pudo llevarse la victoria al final en una contra de Zelu que terminó con la única expulsión justa del partido, la del jugador murciano Dani Pérez.
Las otras dos rojas directas fueron para Yebra y el segundo entrenador Antonio Sánchez, que también sufrió el exceso injustificado de celo del colegiado valenciano.
Lo peor de todo es que esas polémicas decisiones que tomó no fueron errores arbitrales y por tanto no tienen justificación racional. Los informes previos sobre el árbitro ya dejaban clara su fama de poco o nada casero pero en este partido se ha superado haciendo honor a dicha fama y condicionando totalmente el desarrollo normal del encuentro. No me gusta ser mal pensado pero la enorme corrupción que existe en los órganos rectores del fútbol tanto nacional como mundial y actuaciones arbitrales como esta me impiden muchas veces creer en la limpieza de las competiciones.
